Me he pasado el día pensando en ti. Sí, ya sé que sabes
que pienso en ti a menudo, pero hoy sólo he pensado en ti. Porque he tenido que
hacer memoria de todo lo que hemos pasado juntos en estos años para que las
palabras que te escriba sean un regalo especial. Y sé que por mucho que escriba
no va a estar a la altura que mereces.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel verano luanquín en
el que una serie de casualidades cruzaron nuestros caminos. Lo más seguro es
que no sepas cómo fue el inicio. Te lo contaré.
Era un día gris de esos que abundan en el verano
norteño, un día de esos que aunque no apetezca mucho ir a la playa la gente va.
No me apetecía, pero mi tío me convenció para ir a jugar un poco al fútbol y en
eso estábamos cuando dos chavales nos dijeron si nos apetecía un dos para dos.
Alberto y Pablo acababan de llegar a Luanco y no conocían a nadie, así que
después de la playa quedamos para dar una vuelta y tomar algo. Seguro que esta
historia no te suena de nada.
Días después conocimos a unas chicas de Oviedo. A
Alberto le gustaba mucho una de ellas y andábamos por ahí como se andaba a esa
edad como se andaba por aquellos tiempos. Igual esta parte te suena más, pues
una de esas chicas era tu prima. Y pocos días después tú apareciste con ella…
Congeniamos. Tú eras diferente y ya dabas muestras de
esa rebeldía que es una de tus características. Además, no sé cómo, supiste ver
lo que había tras la máscara de autodefensa que casi siempre llevo puesta (me
lo confesaste años después).
El verano acabó. Volviste a Madrid, esa ciudad que
odias y amas a partes iguales. Largas cartas de ida y vuelta en las que hablábamos
de muchas cosas, sobre todo de lo que echabas de menos mi/ tu/ nuestro pueblo.
¿Te puedes creer que todavía las tengo? Algún día las releeremos.
Llegó el verano y no regresaste, “gracias” a tu
rebeldía te castigaron. Pero seguíamos en contacto. Y llegó otro verano. Y
otro. Y otro. Y más veranos. Y esta vez tú estabas en ellos. Paseos por el
Cabildo, la playa, el Gayo, refrescos en La Rula, pipas sentados en el muro del
Muelle. Y te ibas pronto a casa, mientras que yo vivía mis particulares “nuits fauves”.
Al día siguiente eras tú la que aguantaba mis resacas. También estaban aquellos
días que salías y te acompañaba a casa, largo camino de subida hablando y más
conversación en la puerta hasta que tu madre o tu padre abrían y decían que ya
era hora de callar…
Juntos, solos o acompañados, por la gente del
principio (a la que he perdido la pista) o nueva gente (a la que hace tiempo
que no veo). Buenos momentos, malos también, apoyándonos mutuamente. Los
veranos eran así y daban para llenar de recuerdos todo el largo invierno. Y si
no se llenaban para eso estaban aquellas cartas.
Nos hicimos mayores y algo cambió. Los veranos eran más
cortos por culpa del trabajo y apenas coincidíamos. Y las cartas quedaron a un
lado con la llegada de los móviles e Internet. Llamadas, SMS, algún e-mail… Un
encuentro de unas horas en Luanco y 7 años de comunicación virtual. Hasta un frío
día de diciembre en Madrid. Nada de lo esencial había cambiado y hasta comprar
en el Alcampo de La Vaguada es una aventura agradable si estoy a tu lado.
Te prometí que no ibas a tardar 7 años en volver a
verme y 7 meses después de esa promesa la cumplí. Un día de locura, una paliza
de coche para pasar unas horas a tu lado con la compañía de tu querido Bourbon,
paseando por Sanxenxo y Portonovo, compartiendo momentos, confidencias y risas
en lo que fue el mejor día de mi verano de este año.
Sí, estoy pensando en ti. En tu sonrisa, en tu
mirada. En todas la palabras que te describen. Rebelde, inconformista, fuerte,
independiente, comprometida, cariñosa, solidaria, especial. Bella por dentro y por fuera.
Una de las pocas personas que logra sacar lo mejor de mí y por la que intentaría
hacer lo imposible.
Pienso en ti y en que desearía estar hoy contigo, en
esa fiesta solidaria en la que celebras tu cumpleaños. Una forma diferente de
celebrarlo que subraya todas esa cualidades que enumeré antes. Una fiesta con música
en directo en la que la recaudación irá destinada a una protectora de animales.
Ya el año pasado lo hiciste destinando el dinero a Médicos sin Fronteras.
Te echo de menos. Mucho. A veces querría estar a 600
kilómetros de donde estoy, contigo, disfrutando, bebiéndonos la vida, comiéndonos
el mundo, como siempre hacemos cuando estamos juntos.
Feliz cumpleaños, Maud Dessaint, que todos tus sueños
se cumplan. Te quiero. Siempre. Para siempre.