martes, 25 de marzo de 2008

Domingo por la mañana

Ése es el título de un relato que escribí hace años para presentarlo a un concurso. Desafortunadamente no gané, pero el 2º premio me sirvió para pagar un mes de alquiler. La poca gente que lo ha leído me ha dicho que no está del todo mal. Releyéndolo ahora, me doy cuenta de que es mejorable y que cambiaría cosas, pero salió de un tirón y creo que es mejor no tocarlo.Aunque sea un poco pesado de leer, espero que alguien lo haga y a ver que opinión merece. Gracias de antemano (a mis dos lectores, jeje)
Domingo por la mañana en Seattle. Me levanto de la cama y miro por la ventana el paisaje. Llueve, como casi siempre y debe hacer frío. Hoy no saldré, aunque es mi día libre prefiero adelantar algo de trabajo aquí en mi apartamento. Además en España mi equipo juega el partido más importante de la temporada y quiero escucharlo por Internet a través de la página web de la emisora local. Hoy jugamos contra el equipo de la ciudad vecina, un histórico de la región venido a menos. Hoy sería un día especial para mi tío Ramón, juegan su equipo y el mío, seguro que si viviera y yo estuviera allí lo veríamos juntos.

El partido comienza, estoy algo nervioso.

El tío Ramón, ¡qué recuerdos! Todo un personaje. La verdad es que no era tío mío, era el marido de una prima de mi abuela. A los dos los recuerdo de toda la vida. Mis padres me contaban que cuando se trasladaron al norte les ayudaron muchísimo los primeros meses. Íbamos a verlos todos los sábados y cuando ellos viajaban me quedaba en casa de Ramón y Esther, la única familia que teníamos allí. Ellos esperaban esos viajes de mis padres con alegría, eran mayores, no tenían hijos y yo, en aquella época un barril de pólvora de 3 o 4 años, era como el nieto que nunca pudieron tener.

El locutor grita, hemos marcado el 0-1. el equipo azul, que hoy viste de rojo, se adelanta en el marcador. Esto va bien, pienso, mientras enciendo un cigarro.

Recuerdo bien aquella época, esos días en los que nada más llegar a su casa me comían a besos y mientras Ramón se ponía su traje, Esther me daba una bolsa de trozos de pan para darle de comer a los patos del parque y un bocadillo para mí. Ramón me llevaba a dar largos paseos por el enorme parque que había en el centro de la ciudad, a dos pasos de su casa. En aquel tiempo se veían familias paseando, niños dándole pan a los patos, jugando... la gente se conocía, se saludaba y todos conocían a Ramón, le respetaban y le querían. Ahora ya no hay patos, el parque es diferente, ha sido tomado por los pandilleros y los drogadictos que han borrado del mapa aquel paraíso. Tras el paseo y antes de regresar a casa, siempre pasábamos por el bar de su hermano Santiago, que nada más vernos entrar servía un vino tinto para Ramón y un zumo de melocotón para mí. Mientras bebían y fumaban un cigarro, Santiago siempre contaba historias de cuando eran niños, sus travesuras por las calles, en una época que a mí me resultaba muy lejana. Antes de irme me daba unos caramelos.

Cuando volvíamos a casa, Esther tenía la cena hecha. Yo casi siempre comía patatas fritas con un huevo bien regadas con tomate Solís. Tras la cena, antes de mandarme a la cama, Esther me contaba cosas de mi abuela y ella en el pueblo donde nacieron y Ramón me contaba su vida. Cuando me metían en la cama, me contaban un cuento.

Ramón había emigrado en su juventud a Madrid y se había hecho policía. Allí conoció a Esther, que había dejado su pueblo y trabajaba de sirvienta en la casa de una familia de aristócratas. Tras un corto noviazgo se habían casado. A Ramón le iba bien en su empleo y durante la república ascendió a comisario. Todo era perfecto, eran felices, pero primero la falta de descendencia y luego el comienzo de la Guerra Civil les abocó a una vida muy dura. Por su cargo y sus ideas políticas, Ramón fue detenido e ingresó en la cárcel, incluso fue condenado a muerte, condonada al final por una larga estancia en prisión. Al final de la guerra y gracias a una amnistía, el reencuentro entre los dos fue posible y, encontrándose sin trabajo, decidieron marcharse de Madrid y partir hacia Valencia. Allí, con mucho esfuerzo, salieron adelante. Sin embargo, decidieron marcharse de allí y con el poco dinero que consiguieron ahorrar se fueron al norte, a la ciudad natal de Ramón, donde abrieron un bar. Eran tiempos en los que la ciudad creció gracias a la industrialización. El bar funcionaba y ganaron dinero, pero Ramón encontró un nuevo trabajo en la gerencia de una empresa, dejando el negocio en manos de su hermano Santiago.

Pensando en estas cosas, el partido llega al descanso con el resultado de 0-1 a favor de mi equipo. Me levanto de la silla, me hago un café y cojo unas galletas del armario. Sigo pensando en Ramón. Él me metió el veneno del fútbol en el cuerpo.

Los domingos saltaba de la cama y corría a la de ellos. Allí llevaba los coches en miniatura que tenía en la casa (en todas las casas por las que pasaba tenía coches) y jugaba con mis tíos. Después de desayunar un Cola Cao con galletas María, salíamos los tres a comprar el periódico y dábamos un paseo por el casco antiguo de la ciudad, donde yo me escondía detrás de las columnas de los soportales del Ayuntamiento.

Una voz potente me saca de mis pensamientos. 0-2. Levanto los brazos, salto, grito, me río. Suena el teléfono. Mi hermana llama y me dice si estoy oyendo el partido. Ella está en Nueva York estudiando y lo oye al igual que yo a través de Internet. Me comenta que si Ramón estuviera vivo estaría enfadado.

Elena. Cuando ella nació, Esther y Ramón fueron las primeras personas que se presentaron en el hospital, cargados de regalos para la recién nacida, para el hermano mayor y un enorme ramo de flores para la madre. Con el nacimiento de la niña seguíamos yendo a visitarlos, pero mis padres ya no viajaban y aquellos fines de semana en su casa de antes duraban una tarde. Sin embargo, a veces mi padre me llevaba al campo de fútbol a ver el partido con Ramón, pero la mayoría de las veces iba a ver al equipo de mi pueblo, rival del equipo de mi tío, que se encontraba en categoría regional. Ramón me tomaba el pelo y se reía cuando yo me enfadaba a causa de sus bromas. En las fiestas, siempre jugaban un partido amistoso en mi pueblo que siempre ganaba el equipo de Ramón, con lo que seguían las bromas y mis consiguientes enfados, que se me pasaban enseguida.

Mi equipo marca el tercer gol y de pronto me encuentro saltando como loco por el apartamento. La victoria no se nos puede escapar. Martín, el locutor, amigo mío de la infancia grita como si el equipo hubiera ganado la liga.

Las visitas al matrimonio se fueron espaciando cuando mi familia se trasladó a otro lugar por motivo del trabajo de mi padre. A veces los visitábamos, lo que era una gran alegría para los dos. Esther siempre preparaba café para los mayores y Cola Cao para los niños, acompañadas de una bandeja con galletitas y pastas Reglero. Metido de lleno en mi adolescencia, ya no me apetecía ir, era demasiado egoísta para perder una tarde con mis amigos para ir a ver a unos ancianos que me aburrían... Ahora me doy cuenta de mi error, la verdadera pérdida de tiempo era quedarme por la calle sin hacer nada con mis amigos en vez de estar escuchando sus apasionantes historias de las que siempre podía aprender algo.

0-4 y seguidamente 0-5. Martín se queda afónico gritando los goles. Es un resultado histórico, difícil de repetir y se le notan demasiado sus colores. Y eso que siempre le digo que un periodista debe ser imparcial...

Esther falleció un domingo de Abril. La noticia me cogió en Madrid, trabajando. Mi padre me llamó al despacho por teléfono y me comunicó la noticia. Abandoné todo de inmediato y recorrí los 600 kilómetros que me separaban de su ciudad en mi coche para llegar al funeral. Ramón estaba hundido, pero al verme allí se le iluminaron los ojos. Estuvimos hablando mucho tiempo y a pesar de su estado e ánimo nos recordaba a Elena y a mí anécdotas de cuando éramos pequeños. Cuando nos despedimos me dijo:

- Javier, tantos años riéndome de ti y la temporada que viene tu equipo y el mío jugaremos en la misma categoría. Supongo que lo veremos juntos, ¿no?

- Por supuesto, y eso que siempre dijiste que éramos un equipín de pueblo- respondí.

Se rió, con esa risa fuerte que resonaba estuviese donde estuviese. Le miré, sonreí y nos dimos un abrazo. Cuando me iba, miré hacia atrás y le vi, con su traje y su abrigo, siempre impecablemente vestido y con su inseparable cigarrillo negro en la boca.

Fue la ultima vez que le vi. Ramón murió a los cuatro meses, a finales de agosto. Siempre pensé que murió de amor, no pudo resistir la ausencia de Esther después de toda una vida juntos. La noticia me la dio mi hermana por teléfono. Al colgar no pude evitar llorar. No pude ir al funeral, ya estaba trabajando en Estados Unidos, pero cuando regresé en Navidad lo primero que hice tras llegar al aeropuerto fue ir al cementerio a llevar un ramo de flores a la tumba de Ramón y Esther.

El árbitro señala el final, Martín no puede hablar, está totalmente afónico, pero le escucho decir:

- Quiero aprovechar para saludar a Javi y Elena, espero que hayan vivido esto desde Estados Unidos y que hayan disfrutado.

Cojo el teléfono y marco el número de la emisora. Contesta Marcos, charlamos unos minutos y me pone en directo con Martín.

- Martín, soy Javi. Ya sé cómo hemos quedado, he disfrutado como un loco. Pero quiero dedicar esta alegría a un aficionado del equipo rival que no pudo ver este partido, a mi tío Ramón, que falleció hace unos meses. Esto va por ti, Ramón.

Cuelgo el teléfono y apago el ordenador. Me acerco al mueble de la salita y cojo una pequeña caja. La abro y observo la insignia de oro y brillantes del equipo de mi tío. Me la dejó expresamente en su testamento. Cierro la cajita y la coloco en el lugar en el que estaba. Sonrío. Me lo imagino sentado con Santiago, con su vaso de vino y su cigarro, diciéndome con su ronca voz:

- Sobrino, vaya paliza nos habéis dado.

sábado, 22 de marzo de 2008

Buscando una respuesta...

a una pregunta tonta que ha surgido hoy tomando un café con unos compañeros. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo levantarnos para ir a trabajar y tan poco para hacer algo que nos gusta? Por ejemplo ir de viaje o de excursión un fin de semana, ver un partido de fútbol o de otro deporte o, sin ir más lejos, mañana domingo para ver la carrera de Fórmula 1 (no diré la carrera de Alonso, la F1 existía mucho antes de él y seguirá existiendo después).
Y algún día hablaremos de lo absurdos que son los anuncios de compresas...