lunes, 18 de marzo de 2013

Lucía

Me apetecía caminar por Luanco sin rumbo fijo y así lo hice el viernes tras resolver un par de asuntos pendientes en Avilés. Un par de cervezas y un par de conversaciones, intercambio de libros con Eneko y paseo por la playa anocheciendo. Encaminar mis pasos hacia el Muelle y encontrar a gente que hacía tiempo que no veía. Charlas, sidra, risas, una invitación a una boda. Cenar con tres de ellos con un ojo puesto en el derbi gallego. Sobremesa, alguna copa y a casa. Sí, una estancia relámpago en mi pueblín, del que me fui el sábado por la mañana hacia Cantabria. Allí me esperaba esa personita que me alegra la existencia desde hace algo más de dos años. Un beso, un abrazo, su sonrisa y su mirada merecen hacerse 800 kilómetros en un fin de semana e incluso más. Jugar, reírme, ver desde la ventana parte de la prueba de los 10 Kilómetros con Higuero y Casado en cabeza, un paseo, un regalo para mis 3 ángeles y ayudar a preparar una fiesta sorpresa para un buen amigo de mi hermana y mi cuñado. Pizzas, buena compañía, risas y, al final, cansancio.

El domingo iba a ser especial, pero un mensaje en la madrugada echó los planes por tierra. Como compensación (aunque no es lo mismo), una conversación de hora y cuarto con mi otra rubia (con lo poco que me gusta hablar por teléfono), una visita relámpago, despedidas y vuelta a casa.

Deshacer la maleta, comer algo y tumbarme en el sofá viendo fútbol hasta que el agotamiento me venció.

Un fin de semana muy especial y un lunes un tanto extraño, tarareando una canción que no se me va de la cabeza desde el domingo por la mañana.

100 días...

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